“¡Cobardes! ¡Hombres nacidos para la servidumbre! ¿De qué tenéis miedo? ¡No hay tiempo que perder!“.
Procedencia familiar
Manuela Cañizares y Álvarez nació en Quito en 1769. Sus padres fueron Miguel Cañizares (abogado) e Isabel Álvarez. Creció junto a su madre, pasando penurias económicas, ya que su padre no se ocupaba de ellas. Sus últimos días los pasó víctima de las secuelas de un accidente, soltera, sin hijos, se ganaba la vida haciendo encajes y alquilando ciertos trajes que se utilizaban para fiestas. Muere estando asilada en el convento de Santa Clara de Quito en 1814.
Formación intelectual y artística
Cuando se mudó a la casa parroquial junto a la iglesia de El Sagrario, Manuela ya era una conocida saloniere, término francés para describir a damas ilustradas que organizaban tertulias para discutir sobre política, literatura, ciencia y arte. Es durante estas reuniones que conoce a Manuel Rodríguez de Quiroga, por quien sentía una gran admiración y amor, y que la llevó a apoyar la causa de la Independencia.
Trayectoria política
Manuela creció con un espíritu libre y desde joven rechazó las injusticias. Esto la llevó a trabar amistad con los criollos que conspiraban contra la dominación colonial. En la noche del 9 de agosto de 1809 un grupo de patriotas encabezados por Manuel Rodríguez de Quiroga se reunió en casa de Manuela Cañizares y decidió sublevarse contra el conde Ruiz de Castilla, presidente de la Audiencia de Quito. Al día siguiente se formó la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito. Semanas más tarde, cuando el conde Ruiz de Castilla recuperó el poder y se produjo la represión militar, Manuela sufrió persecución implacable. Logró esconderse en la hacienda del Valle de los Chillos (Pichincha) de Rosa de Montufar (hija del marqués de Selva Alegre), mientras en Quito se instauraba el proceso penal contra los sublevados y se pedía pena de muerte también para Cañizares. Al volver a la ciudad se refugió en casa de Miguel Silva y Antonia Luna, quienes vivían en el barrio de San Roque.
Aporte a la sociedad
Su aporte como precursora de la Independencia del actual Ecuador es invaluable. Su papel no se limitó a ser la anfitriona de la reunión durante la noche del 9 de agosto, sino que participó activamente de ella, alentando y, prácticamente, obligando a los patriotas conjurados para que se decidiesen a dar el golpe revolucionario del 10 de agosto de 1810, primer grito de la independencia de América.